ORACIÓN (2)
INTRODUCCIÓN
Lo primero, tenemos que tener presente que la oración normalmente debe dirigirse a Dios Padre. Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre»
¿A quiénes podemos y debemos también dirigir nuestras oraciones?
“Propiamente sólo las podemos dirigir a Dios, porque sólo Dios es el autor de todo bien espiritual y temporal. Podemos también orar a los Ángeles a los Santos, y principalmente a María Santísima Reina de todos los Ángeles y Santos, implorando su patrocinio y favor para con Dios. Aunque Jesucristo sea nuestro principal Mediador y Abogado para con el Padre, son segundos mediadores María Santísima y Ángeles y los Santos, los cuales por los méritos de Cristo Señor nuestro, ruegan por nosotros a Dios. No nos detenemos en esto, por ser un dogma católico, que sólo tiene contra sí la impiedad de los herejes.
2.- ¿A QUIÉN DIRIJO MI ORACIÓN ?
¿Me dirijo principalmente a Dios Padre?
¿Lo hago también al Hijo? y al ¿Espíritu Santo?
¿Cómo? ¿Cuándo?
¡A quién más y a quién menos? ¿Por qué?
¿Qué diferencia encuentro entre hacerlo al Padre o al Hijo?
¿Me dirijo también a la Santísima Trinidad?
¿Creo que es necesario hacerlo?
¿Cuándo y cómo me dirijo a la Virgen?
¿Con el rosario, el ángelus, otras devociones…?
¿Rezo a los santos? ¿A cuáles?
¿Rezo a los ángeles especialmente al Ángel de mi guarda?
¿En qué ocasiones? ¿Por la mañana? ¿Durante el día?¿ la noche?
PALABRA DE DIOS
Lc 6,12. En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios.
Lc 9, 28. Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
Lc 11,1. Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Lc 18, 1. Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
Hech 7, 59 y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu».
Rom 8, 26 Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.